viernes, 4 de diciembre de 2009

Acerca de Klonowski, las escalas temporales y los sentimientos desde la psicofisiología y las dinámicas no lineales


Parado al frente de mi ventana mirando para afuera. Desde allí se ve varias cosas todos los días, todas las noches. En las noches, como cada cosa que pasa es la única que pasa en su momento, pues se vuelve más pretensioso mirar para afuera cuando allí se asoma un ruido. Es más delicioso y hasta puede ser más pernicioso. Estar al frente del límite.

Este límite es muy singular, en extremo particular. Un límite que, de la manera como yo lo concibo, resulta ser único e irrepetible en cada momento que se sucede después de otro momento. Son espacios de vida completamente separados y en cada un momento de mi ventana. Es eso lo más interesante. Parece uno estar viviendo la misma realidad de lo que pasa enseguidamente afuera. Y en efecto, o al menos en teoría, lo es. Es la misma realidad en el mismo espacio y el mismo tiempo que la mía, que transcurre justo detrás de mi ventana mirando para afuera. Sin embargo, sería preciso decir que yo no la influyo, al menos de manera evidente, de ninguna manera parcial y cotidianamente clara y directa. Mis actos acá atrás de la ventana –que queda en un cuarto piso de una casa que volvieron edificio de cuatro pisos- parecen no afectar lo que pasa afuera, en la calle. Miremos al menos un ejemplo para tratar de manifestar con grafemas lo que está pasando en mi cerebro a cada momento que decido asomarme de frente para afuera en mi ventana.

Hace muy poco tiempo, como una hora, sonó una voz femenina gritando tranquilamente un nombre: Tasha. Todo indicaba, por la manera como llamaba tal nombre –y por el nombre mismo-, que se trataba de una muchacha –por la voz- que estaba llamando a su perra –a Tasha-. Recibo entonces el primer impulso en mi cerebro. Una información que entra a modo de sonido. A nivel auditivo –que por cierto está muy degenerado- recibo la primera señal de existencia del afuera. Yo lo reconozco y le inscribo de inmediato, de manera instantánea casi, dentro de un marco contextual cultural. Físico cultural. Físico, en el sentido de que es una realidad en el mismo espacio-tiempo que el mío; y cultural puesto que –también por evidencias físicas- la voz la adscribo a un género construido socialmente como femenino -y esta vez obviamente- a partir de claras y notorias evidencias físicas: el sexo. Una vez inscrita la voz dentro del género femenino, acudo por primera vez claramente a la memoria. Ya lo había hecho indirectamente y de una manera casi imperceptible a ella (a mi memoria), cuando recordé el género, por tratarse de una construcción social, que requiere de memoria para ser estimada. Pero esta memoria está a un nivel que es casi imperceptible; inconciente en un sentido no freudiano. En cambio para reconocer de qué tipo de mujer es aquella que deja escuchar su voz en uno de esos acontecimientos únicos de la noche desde mi ventana, eso, sí es una alusión más directa en mi cerebro a la memoria. Necesito ubicarla socialmente en un tipo de mujer, de acuerdo a la entonación de su voz. Pues, definitivamente no es igual la voz de una recicladora o de una niña bien que está sacando a su perrito a las 11 de la noche al frente de mi casa. En este caso, se trataba del segundo tipo social de mujer. Y es tan sólo con la voz, que puedo incluso ubicarla –y ni siquiera con necesidad de verla- socioeconómicamente. Todo esto gracias a la memoria y a la memoria operacional.

Y a eso le llama el físico Klonowski las primeras tres partes del espacio fase del cerebro: La información que entra, la memoria y la memoria operacional. Atravesada cada una de las tres por las condiciones sociales y económicas de quien relata este suceso de la noche bogotana en el barrio El Recuerdo. Allí vivo yo, en El Recuerdo. Los otros tres restantes elementos del espacio fase del cerebro son el estado emocional, el estado de conciencia y, finalmente la información que sale.

En el caso de mi noche bogotana, hállome sentado al lado de mi ventana, tomándome un tinto y pensando en los sentimientos, las emociones, Klonowski y los estados de ánimo; cuando suena allá afuera, como un acontecimiento de carácter único en esta noche, la voz de una niña bien llamando a su perrita para que no se vaya muy lejos de ella.
Es eso suficiente para que yo lo tome de excusa y decida salir a tomar aire nocturno fresco. Output: Mi respuesta final, el impulso de mi cerebro, fue acercarme a la ventana, mirar para afuera y lograr activar otro sentido vital como la vista. Ahora concateno la voz de la muchacha con la imagen un poco fofa de ella. Va con un muchacho que puede ser el novio, el amigo o el hermano. O no sé. Podría ser el novio y el hermano, al mismo tiempo. Eso lo podría saber con el conocimiento de más datos.
Sin embargo, yo me encuentro aislado de la influencia directa del entorno ambiental de esos dos muchachos y su perrita Tasha. Por tanto, no puedo conocer más datos a menos que haga valer mi condición de vivo y deje de ser espectador desde la ventana del cuarto piso, para ser un actor desde la relativamente lejana ventana y averigüe más datos. Es claro que no lo haré.

Al asomarme, la muchacha justo mira a un gato que hay en el techo del segundo piso de la casa, que se ve desde arriba, en mi ventana. Al dirigir su mirada arriba para ver al bonito gato se encuentra con mi cuerpo en su segundo plano y desde abajo le llama la atención. Se sonríe y le dice algo al muchacho que mi perturbada audición no logró oír. El muchacho miró y no dijo nada, bajó la cabeza y no volvió a mirar. La muchacha tampoco. Volvieron su mirada hacia Tasha.
Yo terminé interactuando al nivel de contacto visual con esos dos sujetos que estaban abajo. Ellos me ignoraron y Tasha se adelantó mucho y cruzó la esquina siguiente y a los dos segundos se escuchó el aullido de un perrito que parecía ser atacado por otro más grande, y que parecía perecer bajo su ataque. Tasha era grande, así que probablemente ella sería la victimaria. Y obviamente, no sé si por temor a que Tasha fuera la víctima o la victimaria, los dos personajes salieron corriendo gritando más fuerte a buscar a su perra y conocer la verdad de los hechos. Verdad que fue vetada para mí pues tanto ellos como la perra terminaron por desaparecer del paneo de mi ventana. Al suceder esto último, perdí la atención sobre el acontecimiento, dándome por vencido frente a mi notoria deficiencia auditiva y la imposibilidad de usarla como herramienta para conocer los hechos.

Las conexiones de mi cerebro, los cables que activaron el impulso del sonido y que más tarde activaron el impulso de la visión del objeto –en este caso sujetos- los concatenaron mediante procesos de escala temporal diferente y posibilitadora: solventando los desfases de los eventos reales.

Es este un acontecimiento, que yo tengo la oportunidad de ver como una escena de teatro, pero con la ligera diferencia de ser parte de la vida normal y natural de los seres humanos y de otro tipo que pasan en la noche por el frente de mi ventana, en la calle de un barrio residencial. A altas horas de la noche como estas –son las doce y media- lo corriente o regular es que no pasen muchas cosas afuera de mi casa. Es por ello, que cada cosa que pasa, tras la ausencia de otros eventos notorios, se convierte en-la-única-que-pasa. Como invitando a mirar. Obviamente uno no se la pasa mirando cada cosa, pues aunque son pocas, tienen una regularidad de suceder cada minuto o menos. Entonces uno desde el calor de su hogar se anima a mirar sólo las que provocan un ruido extraño o que llame la atención de quien se encuentra en tal calidez. Así fue con Tasha y sus mascotas, así fue con una pelea en un taxi que terminó con dos tiros al aire, así son las peleas nocturnas de los recicladores, pugnándose el poder sobre una caneca determinada.

Uno puede, a este punto, identificar los tres tipos de temporalidad de los sentimientos, propuestos por Klonowski. Encontramos a la emoción, al impulso inicial que significó el ruido de la voz de la muchacha. Es un impulso primario y se sucede en un tiempo visceral. En un tiempo casi instantáneo. En mí, produjo el ya sentimiento del asombro y aquella emoción primaria, se convierte en curiosidad y en una decisión sobre mi cuerpo: pararme y posarme frente a mi ventana. Una orden del cerebro a mis piernas y al cuerpo mío en general. Esto se inscribe finalmente en otra temporalidad del afecto, que es la de más larga duración en este caso: el ánimo. Para el caso particular que estoy hablando, el mío propio, no hay otro ser mejor que yo para definir en qué tipo de ánimo se adscriben tales temporalidades primaria y secundaria: la emoción y los sentimientos. Podría definirse tal ánimo como el de una persona observadora y meditabunda, que se presta para asombrarse con simples sucesos callejeros. Y a juzgar por las otras ventanas –siempre con las cortinas cerradas- creo que ya marca una pauta en mi ánimo, un parámetro que lo hace diferente a otras escalas temporales de ánimo de otras personas, en este caso, mis vecinos.

Tal es la complejidad de las dinámicas no-lineales, en un acontecimiento cotidiano que parece de lo más simple a primera vista: el preludio o los momentos antes de una pelea informal de perros en la fría noche bogotana.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Carta abierta de Marx y Engels a Wallerstein

El texto que a continuación se presenta es un extracto del Manifiesto del Partido Comunista, escrito por Karl Marx y Friedrich Engels entre diciembre de 1847 y enero de 1848.

Este Manifiesto no es un texto individual de Marx y Engels, sino que es el programa de la Liga de los Comunistas que ellos, simplemente redactaron. No obstante se ven aquí los principales elementos teórico-políticos del pensamiento de estos dos alemanes.

En concordancia con el escrito anterior, y en general con el objetivo de este blog -el fin de la sociología y de la ciencia social burguesa- hemos decidido contrastar este apartado del Manifiesto con las posturas de Immanuel Wallerstein de cara al futuro y a la "promesa de la ciencia social".

Invitadas e invitados quedan para leer este fragmento del Manifiesto y la obra de Wallerstein, específicamente el texto Las incertidumbres del saber, en donde podemos contrastar mejor.


Esperamos entonces comentarios al respecto.


[Dentro del capítulo III. Literatura socialista y comunista]

3. El Socialismo y el Comunismo Crítico-Utópicos.

No se trata aquí de la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas, ha formulado las reivindicaciones del proletariado (los escritos de Babeuf, etcétera).

Las primeras tentativas directas del proletariado para hacer prevalecer sus propios intereses de clase, realizadas en tiempos de efervescencia general, en el período del derrumbamiento de la sociedad feudal, fracasaron necesariamente, tanto por el débil desarrollo del mismo proletariado como por la ausencia de las condiciones materiales de su emancipación, condiciones que surgen sólo como producto del advenimiento de la época burguesa. La literatura revolucionaria que acompaña a estos primeros movimientos del proletariado, era forzosamente, por su contenido, reaccionario. Preconizaba un ascetismo general y un burdo igualitarismo.

Los sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos, los sistemas de Saint -Simón, de Fourier, de Owen, etcétera, hacen su aparición en el periodo inicial y rudimentario de la lucha entre el proletariado y la burguesía, periodo descrito anteriormente.

Los inventores de estos sistemas, por cierto se dan cuenta del antagonismo de las clases, así como de la acción de los elementos destructores dentro de la misma sociedad dominante. Pero no advierten del lado del proletariado ninguna iniciativa histórica, ningún movimiento político que le sea propio.

Como el desarrollo del antagonismo de clases va a la par con el desarrollo de la industria, ellos tampoco pueden encontrar las condiciones materiales de la emancipación del proletariado, y se lanzan en busca de una ciencia social de unas leyes sociales que permitan crear esas condiciones.

En lugar de la acción social tienen que poner la acción de su propio ingenio; en lugar de las condiciones históricas de la emancipación, condiciones fantásticas; en lugar de la organización gradual del proletariado en clase, una organización de la sociedad inventada por ellos. La futura historia del mundo se reduce para ellos a la propaganda y ejecución práctica de sus planes sociales.

En la confección de sus planes tienen conciencia, por cierto, de defender ante todo los intereses de la clase obrera, por ser la clase que más sufre. El proletariado no existe para ellos sino bajo el aspecto de la clase que más padece.

Pero la forma rudimentaria de la lucha de clases, así como, su propia posición social, les lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clase. Desean mejorar las condiciones de vida de todos los miembros de la sociedad, incluso de los más privilegiados. Por eso, no cesan de apelar a toda la sociedad sin distinción, e incluso se dirigen con preferencia a la clase dominante. Porque basta con comprender su sistema, para reconocer que es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas las sociedad posibles.

Repudian, por eso, toda acción política, y en particular toda acción revolucionaria; se proponen alcanzar su objetivo por medios pacíficos, intentando abrir camino al nuevo evangelio social valiéndose de la fuerza del ejemplo, por medio de pequeños experimentos, que, naturalmente fracasan siempre.

Estas fantásticas descripciones de la sociedad futura, que surgen en una época en que el proletariado, todavía muy poco desarrollado, considera aún su propia situación de una manera también fantástica, corresponden a[38] las primeras aspiraciones instintivas de los obreros hacia una completa transformación de la sociedad. Mas estas obras socialistas y comunistas encierran también elementos críticos. Atacan todas las bases de la sociedad existente. Y de este modo han proporcionado materiales de un gran valor para instruir a los obreros. Sus tesis positivas referentes a la sociedad futura[39], tales como la desaparición del contraste entre la ciudad y el campo[40], la abolición de la familia, de la ganancia privada y del trabajo asalariado, la proclamación de la armonía social y la transformación del Estado en una simple administración de la producción; todas estas tesis no hacen sino enunciar la desaparición del antagonismo de las clases, antagonismo que comienza solamente a perfilarse y del que los inventores de sistema no conocen todavía sino las primeras formas indistintas y confusas. Así, estas tesis tampoco tienen más que un sentido puramente utópico.

La importancia del socialismo y del comunismo crítico utópicos está en razón inversa al desarrollo histórico. A medida que la lucha de clases se acentúa y toma formas más definidas, el fantástico afán de abstraerse de ella, esa fantástica oposición que se le hace, pierde todo valor práctico, toda justificación teórica. He ahí por qué si en muchos aspectos los autores de esos sistemas eran revolucionarios, las sectas formadas por sus discípulos son siempre reaccionarias, pues se aferran a las viejas concepciones de sus maestros, a pesar del ulterior desarrollo histórico del proletariado. Buscan, pues, y en eso son consecuentes, embotar la lucha de clases y conciliar los antagonismos. Continúan soñando con la experimentación de sus utopías sociales; con establecer falansterios aislados, crear colonias interiores en sus países o fundar una pequeña Icaria[41], edición en dozavo de la nueva Jerusalén. Y para la construcción de todos estos castillos en el aire se ven forzados a apelar a la filantropía de los corazones y de los bolsillos burgueses. Poco a poco van cayendo en la categoría de los socialistas reaccionarios o conservadores descritos más arriba y sólo se distinguen de ellos por una pedantería más sistemática y una fe supersticiosa y fanática en la eficacia milagrosa de su ciencia social.

Por eso, se oponen con encarnizamiento a todo movimiento político de la clase obrera, pues no ven en él sino el resultado de una ciega falta de fe en el nuevo Evangelio.

Los owenistas, en Inglaterra, reaccionan contra los cartistas, y los fourieristas, en Francia, contra los reformistas[42].

domingo, 29 de noviembre de 2009

El fin de la sociología: la promesa que no se cumple a sí misma

Sociología del fin de la sociología: apuntes para un debate
Ensayo

Resumen:

El argumento central que tengo para la profesión del escrito trata el tema de la necedad de querer hacer permanecer las estructuras del conocimiento –aún desde lo nominal- tal y como han estado desde el inicio de la Modernidad. Si entendemos el carácter ideológico que tiene la Modernidad (y con ella el Estado, la idea de Razón –y sus conrracionalismos-, el capital y su interminable acumulación, y la idea misma de “Ciencia”), entonces estamos frente al descubrimiento de un panorama inmenso de posibilidades; porque estamos frente a la raíz de muchos de los problemas en que vive este mundo –este sistema mundo-, que nos hacen –o al menos nos deben hacer- renegar de las cualidades de “científico”, “ciencia”, o incluso –y hacia allá va mi análisis- del carácter, cualidad, oficio y servicio del “sociólogo”, y velar por su final.

Palabras Clave: Sistema-mundo, Capital, Estado, Razón, Ciencia, Sociología, Sociólogo


A mí me basta con preguntar(les) y preguntar(me) qué cosa hay fuera del Sistema, y al encontrar que no hay respuesta, pues entiendo que todo está dentro del Sistema. Sistema Social, Sistema-Mundo capitalista, Modo de producción capitalista, Unidad de lo Diverso, Todo Social –Totalität-, Sociedad (Moderna o Industrial)… como quiera llamársele.

No queda otra alternativa, pues, que tomar la iniciativa de un proyecto conceptual interior y elevar las posibilidades del fin de la Sociología. La superación de dos elementos contradictorios genera una nueva contradicción que se asienta en el seno de la antigua.

Estamos ante la necesidad de renegar, relegar, criticar a la existencia de la Sociología, si se le considera desde el punto de vista histórico e ideológico. Muchos re pero haciendo claridad de la exclusión de el repensar, pues no se trata de volver sobre lo mismo, sino de cambiar las estructuras del pensamiento. ¿Cómo? Pues pensando de otra manera, diferente. Mejor, no pensando diferente, sino impensando.

Podemos renegar pero no podemos prescindir de las categorías conceptuales que ya hemos aprehendido. Esto fruto del importante trabajo teórico y práctico que han llevado los diferentes individuos que conforman esa cultura de la sociología[1], pues creo que es claro que no hay duda sobre la profundidad y la envergadura de los productos conceptuales que han brotado de la inspiración y el empeño de los individuos geniales –o no tanto-. Los aportes personas como Durkheim (el hacedor de la cosa social), Marx (el sospechoso develador del conflicto social), Weber (el atormentado neurótico de la legitimidad)[2], Parsons (el Científico autorreferencial y ennubado hacedor de lluvia que se inventó la estructura de la Sociedad), Merton (la caminata inmensa de la búsqueda por poner de pies al Sistema Social), Gabriel Tarde (el prematuro perdedor de la disputa sociológica en el debate de positivismoßàcomplejidad o nomotéticoßàidiográfico), Saint Simon (el conde que inició –¿serendipity?- las labores sociológicas), Bourdieau, (el sociólogo de mala categoría y de múltiples capitales) Luhmann (el defensor inmanente de la permanencia del sistema), Giddens, Foucault (el depredador de incertidumbres), Comte (el rígido descubridor de la física social), Touraine (el asesino de lo social), Elías (el individuo que individualizó con tino lo iniindividualizante), Antonio García (los restos teóricos de una revolución conceptual local -sobre la revolución social- que nunca ha empezado) , Castells (el enredo de la red y el sistema resuelto –por medio de redes- hoy), Fals Borda, (y la renuencia a una neutralidad valorativa de la ciencia), Althusser, Lefevbre, Poulatnzas, Sereni, Bauman, Beck, o el mismo Wallerstein (el apologista de la paciencia de la larga duración); pues sencillamente no pueden pasar por alto, y menos se pueden menospreciar.

Esa lista de autores –junto con la infinidad restante- son considerados por todo sociólogo como par, contradictor, enemigo, o incluso como colega. Al menos solamente como punto de referencia clave. Hoy, no me imagino la innovación –sin tener por qué serlo- que produce un trabajo de pregrado de un sociólogo si no nombra a, al menos, alguno de los autores allí citados. Una vez le dan el pase oficial, el “secreto”, el título de grado, allí ya podrá si quiere –y si puede- prescindir de ellos, criticarlos, dejarlos de lado. Pero lo que no puede nunca –las exigencias del medio se lo exigen, las instituciones del saber- es no tener claro, al menos, algunos puntos elementales de cada uno de los autores de la cultura de la sociología.

Pero hay que detenernos a pensar un momento. Más allá de los individuos, escuelas, o saberes, existen unas características fundamentales de lo que hoy es “lo social”. Unas bases, o estructuras. O ambas juntas. Es necio negarle la ideología a la Modernidad, al Estado, a la ciencia, a la sociología. ¿De dónde viene y cómo surgió? Es esa el principal aporte que quiero trabajar de la obra de Wallerstein.

Más allá de eso, también quiero poner de presente aquí la manera en cómo logró ir a las raíces del sistema actual, desde la perspectiva braudeliana de la larga duración, remontándonos a tiempos que ya no se acordaban los sociólogos de mirar y menos de hablar.

Como lo apunta Wallerstein (2005: 130), la sociología nació como saber específico e institucionalizado de una idea de progreso inevitable. Ineludible en el sentido que era el curso de la historia y que necesariamente existía un Edén en la tierra en que mandaron a Adán. Y a Eva. Que en esta tierra existía la posibilidad de un paraíso, cualesquiera que fuera su forma. El hecho de que no se viviera tal paraíso, hacía parte de esta invención histórica en la cual hemos ido evolucionando socialmente desde el principio de los días. Desde las fundacionales comunidades primitivas alrededor del mundo, pasando por las comunidades religiosas, metafísicas y, al fin, Modernas y Científicas. En el marco de las leyes, la humanidad evoluciona, y son las leyes de la historia. De la Humanidad.

El progreso era evidente y el centro y la semiperiferia del sistema-mundo capitalista avanzaban en esa ficticia figura de la tecnología. Pero avanzaban a pasos agigantados, así que los hechos no podían contrastar con la idea de progreso trascendental.

Sin embargo había una parte del sistema-mundo capitalista que no estaba incluida dentro de los grandes desarrollos de la Modernidad. Vivían más bien en medio de la pobreza y la explotación. Pero la idea de progreso también daba solución o explicación a tal fenómeno. Nos contaba que lo que pasaba era que , sí, que la diferencia de desarrollo entre ricos y pobres existía, pero que sin embargo era necesaria en pro de la consecución de un mismo fin, “beneficioso y conveniente para todos” (2005: 130; cursiva mía). Esta explicación era por lo tanto un alivio para todos.

Y en medio de todo eso la sociología y los sociólogos iban ubicándose con respecto a esa premisa fundamental de la Modernidad: el Progreso. Ellos no lo hacían al margen de las tres grandes ideologías de la historia moderna, según Wallerstein (2001a: 75-95), el liberalismo, el conservadurismo y el radicalismo o marxismo. Pero estas ideologías aceptaban, en últimas, la idea de progreso liberal –el triunfo liberal de la revolución burguesa- como premisa básica y fundamental de la historia. Es decir que necesariamente avanzamos. El programa, la forma y el modus operandi de cada ideología sería diferente, de acuerdo a las objeciones del conservadurismo y del marxismo con respecto al ideal liberal de progreso. Pero en esencia, cada ideología tenía su propio proyecto de cambio con respecto a la idea de la historia evolucionista: Los conservadores retardarían, contendrían el cambio; y los marxistas acelerarían el cambio mediante la agudización de la lucha de clases (harían la revolución) pero añadirían un eslabón más a la cadena de la historia progresista[3]: el comunismo, último estadio de la humanidad. Para llegar a él sería necesario un pre-estadio: el socialismo, que ejercería el poder mediante la Dictadura del proletariado, en un Estado revolucionario.

Por más que Engels, Marx y Lenin se devanaron los sesos develando la naturaleza del Estado moderno burgués, desde el punto de vista económico-político y lograron grandes elaboraciones conceptuales, en el momento de la práctica se llegó a lo mismo: un programa político con base al Estado y el ideal de progreso: “Un paso adelante, dos atrás[4].

Y los sociólogos entonces, se ubicaban. Había sociólogos por cada ideología y las disputas en el ámbito académico se centraron alrededor de los márgenes principales de cada una de las ideologías.

Pero el debate debía ser otro: no se atacaban las semillas del árbol de la Modernidad: por ejemplo, una central para las ciencias sociales, el Estado era un producto ideológico de un programa, el liberal-moderno-burgués. Todas las ciencias sociales se centraron alrededor de esa santísima trinidad del Estado-Mercado-Sociedad Civil y a partir de allí crearon la división de las ciencias sociales llamadas nomotéticas (enfocadas hacia la formulación de normas generales, de leyes universales sobre lo social). Todas estas construcciones eran el producto de la ideología liberal, burguesa porque era el logro de la revolución de la burguesía francesa. La sociología estudiaría lo relacionado con la Sociedad Civil, mientras la Economía Política se disgregaba para dar buena cuenta del Mercado: la Ciencia Política se encargaría del Estado y la Economía, como ciencia independiente estudiaría al sacrosanto mercado.

Pero qué cosa es más contradictoria, autorreferencial y abstracta que la “Sociedad”[5]. ¿Qué es la sociedad? ¿En dónde está? ¿Es una realidad objetiva ineludible e irrefutable? ¿O es más bien una elaboración abstracta producto de una serie de unidades binarias[6] delimitadas por el proyecto ideológico liberal? En ese sentido, ¿si Estado y Sociedad son elaboraciones ideológicas que sustentan, fundamentan y hacen posible la interminable acumulación de capital y su economía-mundo capitalista, la sociología qué sentido diferente tiene que el de posibilitar el modo de producción que está llevando al fin (tal vez prematuro) de la humanidad misma?

En este sentido es práctico preguntarse por la existencia de la sociología misma, ciencia encargada del estudio de la “sociedad”, sustento y contenido del Estado. En este marco de referencia, entraré a proponer algunos posibles aciertos y defectos de la obra de Immanuel Wallerstein y el enfoque de los sistema-mundo con respecto a lo hasta aquí planteado, que no es otra cosa que el producto de la lectura e interpretación personal de este autor estadounidense. Esto con el propósito de mirar el estado actual de las instituciones del saber y criticar o defender el modelo actual de estructuración del conocimiento, pues creo que es muy pertinente hacerse la pregunta de ¿seguimos reproduciendo esa institución-máquina del conocimiento, o mejor pensamos en transformarla? En el primer caso, lo mejor sería seguir aprobando el nombre de “sociología” y de “ciencias” “sociales” para designar nuestro difuso objeto de estudio, lo “social”. En el segundo caso, habría que llevar al extremo la invitación de Wallerstein para impensar, y tendríamos que cambiar las actuales estructuras del conocimiento[7], y no re (volver a) formular la sociología –en general todas las ciencias sociales- sino inventar algo diferente, como impensando.

Encontramos aquí la primera queja personal: si la invitación es a impensar, las ciencias sociales, por qué insistir en repensarla y reformular otra ciencia, como termina haciéndolo Wallerstein (2005) con su propuesta de “ciencia social histórica”.

Para concluir este recuento de apuntes para una discusión sobre la existencia de la sociología en particular y de las ciencias sociales en general, quisiera realizar una pregunta final sobre el sociólogo Immanuel Wallerstein y su propuesta del análisis de los sistemas-mundo.

¿Cae también Wallerstein en la trampa de la historia?

Si bien critica el Progreso y devela su naturaleza ideológica, clasista, racista y parcializada, termina haciéndolo más que todo de forma valorativa, pues aunque demuestra que no necesariamente el progreso va dirigido hacia un mundo “mejor” (de ahí la incertidumbre como base del conocimiento), no niega la necesaria presencia del concepto de desarrollo del tiempo hacia adelante. Cae en la trampa de pronosticar el futuro (¿?).

Esto lo hace bajo la capa y el escudo de la larga duración planteándose la posibilidad de pronosticar el futuro observando el pasado desde una perspectiva de muy largo aliento. Esto, bajo el aporte de los ciclos Kondratieff (A en momentos de auge y B en momentos de crisis) hace posible creer en la posibilidad de predecir el comportamiento del sistema. Wallerstein cae en la trampa de la historia que camina hacia adelante (necesariamente) y que tenemos la certidumbre del futuro, contradiciendo sus mismas premisas sobre la incertidumbre y la imposibilidad de predicción social.

Hay entonces que pensar en impensar la sociología y darle de una vez muerte a esa manera de nombrar el estudio de las relaciones entre los individuos y comunidades en el marco de la historia corta, mediana y larga. Lo mismo con la ciencia.

Además, hay que recordar las frases del mismo Wallerstein –incluso al mismo Wallerstein- con relación a la historia del porvenir: “La historia no está necesariamente de nuestro lado, y si creemos que lo está, esta creencia trabajará contra nosotros”.

Y proponer

Por: A. Gómez-Sánchez

[1] Wallerstein, Immanuel: "El legado de la sociología, la promesa de la ciencia social"

[2] Ibid. Estos tres pensadores –Durkheim, Marx y Weber- son sobre quienes, según Wallerstein reside la creación de los tres primeros y fundamentales axiomas, que están sintetizados en las palabras en cursiva y letra de mayor tamaño.

[3] De hecho, en textos y en la vida cotidiana, hay marxistas que se ufanan de ser literalmente progresistas. Este término, referente en esencia del proyecto liberal burgués, es usado con constancia por los marxistas como un halago, para referir una cualidad de un individuo, grupo social, estructura e incluso Estado.

[4] Lenin

[5] Para revisar la autorreferencialidad del constructo teórico de “Sociedad”, véase Parsons, Talcott: “El sistema social”.

[6] Hacemos referencia a las dicotomías señaladas por Wallerstein (2005:131) en donde la Modernidad ejecuta el gran salto haciendo la transformación de un elemento por otro, así: “contrato en lugar de estatus, Gessellschaft [sociedad] en lugar de Gemeinschaft [comunidad], solidaridad mecánica en lugar de solidaridad orgánica, y otras.”

[7] Un análisis profundo del tema de las instituciones del saber se encuentra en Wallerstein (2001b). De la misma manera, ese autor en ese texto realiza una propuesta epistemológica, metodológica, conceptual e incluso operativa (en las últimas páginas de la compilación) que en su contenido, aunque muy prolija, parece tímido. Hay que entender el contexto de rigidez y rigurosidad que existe en el contexto de los científicos sociales y sus instituciones de saber por excelencia: las facultades.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

La serendipidad o el rigor cotidianista de Merton

sobre los esfuerzos de no alejar la sociología de la vida
Ensayo


Robert King Merton es un personaje curioso y particular. Es, su existencia –en forma y contenido-, quizá un caso de serendipidad dentro de la sociología hegemónica estadounidense. Y es que parece que el mago Merton haya quedado impregnado de sus habilidades malabarísticas para elaborar los presupuestos teóricos e investigativos que realizó, puesto que él, a diferencia del autorreferencial Parsons, acude permanentemente a su experiencia investigativa y empírica cuando habla de sus postulados teóricos.

Dentro del libro “Teoría y estructuras sociales” (FCE; 1964), Merton realiza un escrito dedicado al “Influjo de la investigación empírica sobre la teoría sociológica”, el cual consta del intento de Merton por brindar nuevas definiciones acerca de las funciones teóricas de la investigación empírica. Lo que plantea el mago es que “[l]a investigación juega un papel activo: realiza por lo menos cuatro funciones importantes que ayudan a dar forma al desarrollo de la teoría: inicia, formula de nuevo, desvía y clarifica la teoría.” (1964: 113).

Cada una de las cuatro funciones las desarrolla en su texto así: 1. El tipo “serendipity”: inicia (el dato imprevisto, anómalo y estratégico ejerce presión para iniciar la teoría); 2. Refundición de la teoría: formula de nuevo (los datos nuevos ejercen presión para la elaboración de un sistema conceptual); 3. Reenfoque del interés teórico: desvía. (Nuevos métodos de investigación empírica ejercen presión a favor de nuevos focos de interés teórico); y 4. Clarificación de conceptos: clarifica. (La investigación empírica ejerce presión para tener conceptos más claros). El escrito se vale de sus apreciaciones personales como investigador sociológico, acudiendo para ello y para su argumentación y sustentación de cada nuevo elemento de análisis en casos concretos de investigaciones que preceden el momento de la escritura de este capítulo. Así, Merton, de una manera sorprendentemente lúcida y en extremo rigurosa, nos presenta una gran cantidad de aportes reflexivos sobre metodología sociológica a partir de datos concretos de investigaciones concretas, hechas por él y colaboradores algunas (la mayoría de las citadas) o hechas por otras personas.

Merton nos dota en este sentido de una variopinta gama de posibilidades reales para realizar investigación y necesariamente marca una pauta definitiva en la elaboración no sólo de investigación empírica, o de construcción y desarrollo teórico; sino que, en el marco de la metodología sociológica y epistemología de la ciencia social, se nos presenta como un autor de importancia innegable y posibilidades diversas.

En este capítulo al que hago referencia, Merton embarca la eterna discusión sociológica y cotidiana (también) sobre la relación –en ocasiones nefastas dicotómica- entre la teoría y la práctica. Nos presenta esta relación como una misma unidad interdependiente en donde aquel que ose retirarse a uno de los extremos –mera teoría o mera empírea- caerá en la mortal trampa de la obsolescencia y sus aportes estarán reducidos a meras elaboraciones o bien conceptuales –nebulosas- o bien neciamente empíricas –insignificantes-. Así, Merton reconcilia a la teoría sociológica con la investigación empírica, devolviéndole la importancia a esta última y dejando de lado esa vaga idea de que la única función importante de tal tipo de investigación es la de “la comprobación o verificación de hipótesis” (1964: 112).

La importancia de tal aporte nos permite la posibilidad de no alejar el trabajo sociológico de la vida cotidiana y el emprendimiento –por esta vía- de cualquier investigación. Cuando un sociólogo empieza una investigación se vale de algunos supuestos teóricos e incluso formula modelos de análisis que le permitirán abarcar la realidad temática a la que se enfrenta. Pero en el momento en que el investigador empieza a caminar tiene que, necesariamente, hacer uso de su cotidianidad y está inmerso en su propia observación y construcción de realidad. Este camino a veces tortuoso le brinda al investigador múltiples recovecos que no estaban previstos en el inicio de su labor. Así, la teoría no siempre ilumina la investigación con anterioridad y “el orden de sucesión [entre teoría y práctica] se invierte con frecuencia” (1964: 127). Ya lo decía el poeta Machado: “se hace camino al andar” y así pasa en la vida cotidiana, no tiene por qué no pasar en la investigación teórico-empírica sociológica.

Cuando en su escritorio el sociólogo elabora su plan de trabajo y finiquita las más variadas peripecias teóricas, no cuenta el investigador con las vicisitudes que encontrará en el momento de trabajo de campo. Tiene entonces dos posibilidades: una abstraerse de tal realidad y encerrarse en sus presupuestos teóricos para hacer caber su realidad investigada dentro de ellos. La otra opción es alimentarse sanamente de la realidad investigada. Ir , en un camino permanente a ser recorrido en múltiples direcciones, desde la realidad empírica a la realidad teórica.

Es en este sentido que Merton nos dota de estos cuatro elementos funcionales –parciales según advierte- para abordar la investigación empírica en la formulación, recreación y desarrollo de la teoría.

Es válido seguir con los cuestionamientos por él propuestos, así como explorar las propuestas que él hizo y que deben cuestionarnos sobre nuestro oficio como sociólogos. La sociología no debe estar al margen de la vida cotidiana, porque es por medio de ésta que se nutre nuestra capacidad investigadora. La sociología de escritorio no debe tener cabida dentro de los análisis rigurosos de nuestra disciplina, y la investigación empírica de los hechos reales debe permanecer como un elemento constante en nuestros debates como sociólogos.

La puerta que abrió Merton es amplia. Es un portón con zaguán y todo. Mi exigencia por poner de pies el estructural-funcionalismo de Parsons se ve gratamente abordado por el mago Merton, quien con tino, rigor y cuidadosa escritura le pone un sustento empírico a la teoría estructural-funcional. La dudosa y gravosa tradición de esta corriente debe ser examinada con detalle, pero lo que es cierto es que por medio de ésta sí es posible llevar a feliz término investigación sociológica que sirva para algo y que además no se aleje de la vida cotidiana ni de las personas comunes ni de las personas sociólogas.


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Referencia Bibliográfica: Merton, Robert King: “Teoría y estructuras sociales”; Fondo de Cultura Económica, México; 1964; pp. 112-127.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Tenemos temor: Tememos

La luna era violeta. La más hermosa.

Y caminaba y andaba. Y caminaba también al lado de su mano y andaba bajo el abrigo suave de su voz. Y me movía por medio del viento y respiraba por medio del desierto. Y sufría las ausencias de justicia alguna y olía los pescados vivos del corazón del sol. Y esperaba sin afán y brindaba con salud por el amor del nevado. Y me sentía absurdamente protegido por mi desprotegecedor

El siguiente texto habla acerca de la importancia del silencio, de ejercerlo y de las posibilidades que genera el hacer silencio reflexivo, porque permite pensar y preguntar.

Hoy, sobre ayer y para mañana.

Somos la sociedad del no silencio silenciador. Odiamos y le tememos al silencio, lo evitamos, lo caricaturizamos, lo dejamos para los más tontos. Pero al final, somos nosotros mismos los más tontos. Tememos, tenemos temor. Callamos lo que se nos aparece como la vida dificultosa y real, pero que no es, mirándolo detenidamente, mucho más que las cadenas firmes y livianas de nuestro yugo, de nuestra realidad oprimida y a la vez opresora. Callamos ante las dificultades que propone el modo de producción capitalista como modo de vivir, y en lugar de detenernos a pensar en las máquinas, no pensamos para que las máquinas no se detengan. Y nos mantenemos diariamente entre el ruido de las máquinas que otros mismos humanos crearon y que otros mismos desarrollaron expulsando de ese modo una de las dos naturalezas de este fenómeno en este sentido concreto[1]. Así, somos presas de nuestro invento, y las máquinas se apoderan de nuestra realidad, casi sin darnos cuenta (y dándonosla toda) convivimos con nuestro carcelero y además trabajamos a favor de mejorar las condiciones de nuestro carcelero. Y el carcelero avanza, haciéndonos idiotas con nuestro favor y consentimiento y dejamos que al final, el desarrollo tecnológico y sus productos impongan el ritmo esencial de nuestra sociedad. De nuestra propia realidad. El invento, creado, recreado y estimulado por los seres humanos termina dándonos órdenes e imponiéndonos representaciones del mundo.

Esto de ninguna manera es un fenómeno aparecido de la nada, o naturalmente como gustan llamar los más avezados conservadores de derecha. Es un fenómeno que ya Marx explicó hace más de un siglo: el desarrollo de la teoría de la composición orgánica del capital[2], en donde el capital, compuesto por capital variable y capital constante se desarrolla de manera dialéctica entre sus dos partes interdependientes resumibles en la composición derivada de la fuerza de trabajo por un lado, y por los medios de producción y las materias primas por otro. Marx nos explica detenidamente cómo uno de los dos elementos de la composición orgánica del capital se desarrolla de una manera más activa, de mayor dinámica y el otro elemento orgánico lo hace de manera más lenta. A mayor desarrollo de los medios de producción mayor subordinación con respecto de éstos por parte de la clase trabajadora, y en general de toda la sociedad. Quedamos expeditos, claros en nuestra función orgánica del capital como poseedores de la única mercancía que produce valor: la fuerza de trabajo. Nuestra capacidad misma. Y nuestra función, para no ir más lejos, consiste cada vez más en ser una ficha cada vez menos importante del engranaje sistémico de la producción del capital. Una pieza de un rompecabezas que no para de crecer ni de fragmentar los pedazos que lo contienen y de cuya función necesita para el inalcanzable final de esta travesía. Este rompecabezas no es otra cosa más que el desarrollo del modo de producción específicamente capitalista.

Pero todo esto nos lo callan, y nosotros acatamos la orden y callamos. Pero no callamos para pensar, sino que más bien nos quedamos callados porque no hay tiempo para pensar. Porque nos metieron temor en nuestros corazones y con el silencio reflexivo sólo conseguimos la angustia, ante un mundo que cada vez se hace más complicado de vivir para todos. Porque parece como si el orden de cosas que se nos presentan como la vida real fuera así desde siempre, y como si fuera a ser así para siempre, ignoramos o queremos ignorar la naturaleza más obvia de la condición del trabajo capitalista: opresor.

Finalmente, llegamos a casa y lo primero que hacemos es encender la radio o la televisión.



[1] En este caso, el desarrollo tecnológico aparece como un fenómeno de doble naturaleza en lo que respecta a su finalidad social: Por un lado, permitir las condiciones para el desarrollo y el avance de la tecnología teniendo en cuenta la máquina y su potencia de exactitud o perfeccionamiento; pero así mismo valorar las necesidades sociales con respecto al desarrollo de la tecnología y que sea la sociedad la que imponga el ritmo del desarrollo y no al revés, esto es, que el desarrollo tecnológico imponga el ritmo de la sociedad. Esto último es lo más recurrente si observamos la realidad del siglo XXI, en donde desde el siglo anterior se ha venido enfocando el desarrollo de la tecnología teniendo en cuenta de manera dominante la primera naturaleza de este fenómeno, es decir, aquella que aborda únicamente el desarrollo de la máquina –de la tecnología- y su perfeccionamiento sin acatar de manera decidida al sentido social de este tipo de desarrollo. Como todo fenómeno que acaece entre seres humanos, esto tiene implicaciones de tipo social, podríamos decir, inherentemente. Lo que sucede con el desarrollo tecnológico de los medios de producción es un movimiento claro y típico del desarrollo del capital.

[2] Carlos Marx: El Capital. Crítica de la Economía política, en el Capítulo XXVIII: Ley general de la acumulación capitalista; FCE, México-Bogotá, 1981.