viernes, 4 de diciembre de 2009

Acerca de Klonowski, las escalas temporales y los sentimientos desde la psicofisiología y las dinámicas no lineales


Parado al frente de mi ventana mirando para afuera. Desde allí se ve varias cosas todos los días, todas las noches. En las noches, como cada cosa que pasa es la única que pasa en su momento, pues se vuelve más pretensioso mirar para afuera cuando allí se asoma un ruido. Es más delicioso y hasta puede ser más pernicioso. Estar al frente del límite.

Este límite es muy singular, en extremo particular. Un límite que, de la manera como yo lo concibo, resulta ser único e irrepetible en cada momento que se sucede después de otro momento. Son espacios de vida completamente separados y en cada un momento de mi ventana. Es eso lo más interesante. Parece uno estar viviendo la misma realidad de lo que pasa enseguidamente afuera. Y en efecto, o al menos en teoría, lo es. Es la misma realidad en el mismo espacio y el mismo tiempo que la mía, que transcurre justo detrás de mi ventana mirando para afuera. Sin embargo, sería preciso decir que yo no la influyo, al menos de manera evidente, de ninguna manera parcial y cotidianamente clara y directa. Mis actos acá atrás de la ventana –que queda en un cuarto piso de una casa que volvieron edificio de cuatro pisos- parecen no afectar lo que pasa afuera, en la calle. Miremos al menos un ejemplo para tratar de manifestar con grafemas lo que está pasando en mi cerebro a cada momento que decido asomarme de frente para afuera en mi ventana.

Hace muy poco tiempo, como una hora, sonó una voz femenina gritando tranquilamente un nombre: Tasha. Todo indicaba, por la manera como llamaba tal nombre –y por el nombre mismo-, que se trataba de una muchacha –por la voz- que estaba llamando a su perra –a Tasha-. Recibo entonces el primer impulso en mi cerebro. Una información que entra a modo de sonido. A nivel auditivo –que por cierto está muy degenerado- recibo la primera señal de existencia del afuera. Yo lo reconozco y le inscribo de inmediato, de manera instantánea casi, dentro de un marco contextual cultural. Físico cultural. Físico, en el sentido de que es una realidad en el mismo espacio-tiempo que el mío; y cultural puesto que –también por evidencias físicas- la voz la adscribo a un género construido socialmente como femenino -y esta vez obviamente- a partir de claras y notorias evidencias físicas: el sexo. Una vez inscrita la voz dentro del género femenino, acudo por primera vez claramente a la memoria. Ya lo había hecho indirectamente y de una manera casi imperceptible a ella (a mi memoria), cuando recordé el género, por tratarse de una construcción social, que requiere de memoria para ser estimada. Pero esta memoria está a un nivel que es casi imperceptible; inconciente en un sentido no freudiano. En cambio para reconocer de qué tipo de mujer es aquella que deja escuchar su voz en uno de esos acontecimientos únicos de la noche desde mi ventana, eso, sí es una alusión más directa en mi cerebro a la memoria. Necesito ubicarla socialmente en un tipo de mujer, de acuerdo a la entonación de su voz. Pues, definitivamente no es igual la voz de una recicladora o de una niña bien que está sacando a su perrito a las 11 de la noche al frente de mi casa. En este caso, se trataba del segundo tipo social de mujer. Y es tan sólo con la voz, que puedo incluso ubicarla –y ni siquiera con necesidad de verla- socioeconómicamente. Todo esto gracias a la memoria y a la memoria operacional.

Y a eso le llama el físico Klonowski las primeras tres partes del espacio fase del cerebro: La información que entra, la memoria y la memoria operacional. Atravesada cada una de las tres por las condiciones sociales y económicas de quien relata este suceso de la noche bogotana en el barrio El Recuerdo. Allí vivo yo, en El Recuerdo. Los otros tres restantes elementos del espacio fase del cerebro son el estado emocional, el estado de conciencia y, finalmente la información que sale.

En el caso de mi noche bogotana, hállome sentado al lado de mi ventana, tomándome un tinto y pensando en los sentimientos, las emociones, Klonowski y los estados de ánimo; cuando suena allá afuera, como un acontecimiento de carácter único en esta noche, la voz de una niña bien llamando a su perrita para que no se vaya muy lejos de ella.
Es eso suficiente para que yo lo tome de excusa y decida salir a tomar aire nocturno fresco. Output: Mi respuesta final, el impulso de mi cerebro, fue acercarme a la ventana, mirar para afuera y lograr activar otro sentido vital como la vista. Ahora concateno la voz de la muchacha con la imagen un poco fofa de ella. Va con un muchacho que puede ser el novio, el amigo o el hermano. O no sé. Podría ser el novio y el hermano, al mismo tiempo. Eso lo podría saber con el conocimiento de más datos.
Sin embargo, yo me encuentro aislado de la influencia directa del entorno ambiental de esos dos muchachos y su perrita Tasha. Por tanto, no puedo conocer más datos a menos que haga valer mi condición de vivo y deje de ser espectador desde la ventana del cuarto piso, para ser un actor desde la relativamente lejana ventana y averigüe más datos. Es claro que no lo haré.

Al asomarme, la muchacha justo mira a un gato que hay en el techo del segundo piso de la casa, que se ve desde arriba, en mi ventana. Al dirigir su mirada arriba para ver al bonito gato se encuentra con mi cuerpo en su segundo plano y desde abajo le llama la atención. Se sonríe y le dice algo al muchacho que mi perturbada audición no logró oír. El muchacho miró y no dijo nada, bajó la cabeza y no volvió a mirar. La muchacha tampoco. Volvieron su mirada hacia Tasha.
Yo terminé interactuando al nivel de contacto visual con esos dos sujetos que estaban abajo. Ellos me ignoraron y Tasha se adelantó mucho y cruzó la esquina siguiente y a los dos segundos se escuchó el aullido de un perrito que parecía ser atacado por otro más grande, y que parecía perecer bajo su ataque. Tasha era grande, así que probablemente ella sería la victimaria. Y obviamente, no sé si por temor a que Tasha fuera la víctima o la victimaria, los dos personajes salieron corriendo gritando más fuerte a buscar a su perra y conocer la verdad de los hechos. Verdad que fue vetada para mí pues tanto ellos como la perra terminaron por desaparecer del paneo de mi ventana. Al suceder esto último, perdí la atención sobre el acontecimiento, dándome por vencido frente a mi notoria deficiencia auditiva y la imposibilidad de usarla como herramienta para conocer los hechos.

Las conexiones de mi cerebro, los cables que activaron el impulso del sonido y que más tarde activaron el impulso de la visión del objeto –en este caso sujetos- los concatenaron mediante procesos de escala temporal diferente y posibilitadora: solventando los desfases de los eventos reales.

Es este un acontecimiento, que yo tengo la oportunidad de ver como una escena de teatro, pero con la ligera diferencia de ser parte de la vida normal y natural de los seres humanos y de otro tipo que pasan en la noche por el frente de mi ventana, en la calle de un barrio residencial. A altas horas de la noche como estas –son las doce y media- lo corriente o regular es que no pasen muchas cosas afuera de mi casa. Es por ello, que cada cosa que pasa, tras la ausencia de otros eventos notorios, se convierte en-la-única-que-pasa. Como invitando a mirar. Obviamente uno no se la pasa mirando cada cosa, pues aunque son pocas, tienen una regularidad de suceder cada minuto o menos. Entonces uno desde el calor de su hogar se anima a mirar sólo las que provocan un ruido extraño o que llame la atención de quien se encuentra en tal calidez. Así fue con Tasha y sus mascotas, así fue con una pelea en un taxi que terminó con dos tiros al aire, así son las peleas nocturnas de los recicladores, pugnándose el poder sobre una caneca determinada.

Uno puede, a este punto, identificar los tres tipos de temporalidad de los sentimientos, propuestos por Klonowski. Encontramos a la emoción, al impulso inicial que significó el ruido de la voz de la muchacha. Es un impulso primario y se sucede en un tiempo visceral. En un tiempo casi instantáneo. En mí, produjo el ya sentimiento del asombro y aquella emoción primaria, se convierte en curiosidad y en una decisión sobre mi cuerpo: pararme y posarme frente a mi ventana. Una orden del cerebro a mis piernas y al cuerpo mío en general. Esto se inscribe finalmente en otra temporalidad del afecto, que es la de más larga duración en este caso: el ánimo. Para el caso particular que estoy hablando, el mío propio, no hay otro ser mejor que yo para definir en qué tipo de ánimo se adscriben tales temporalidades primaria y secundaria: la emoción y los sentimientos. Podría definirse tal ánimo como el de una persona observadora y meditabunda, que se presta para asombrarse con simples sucesos callejeros. Y a juzgar por las otras ventanas –siempre con las cortinas cerradas- creo que ya marca una pauta en mi ánimo, un parámetro que lo hace diferente a otras escalas temporales de ánimo de otras personas, en este caso, mis vecinos.

Tal es la complejidad de las dinámicas no-lineales, en un acontecimiento cotidiano que parece de lo más simple a primera vista: el preludio o los momentos antes de una pelea informal de perros en la fría noche bogotana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario